Tu beso,
agua cristalina,
perdida como una gota entre la arena.
Llegó como un naufragio
hasta el abismo ronco de mi pecho marino.
Vino desde el fondo de la noche
de raudales, de remolinos infinitos
reclamando mi boca de naranja.
Tu beso fue cómplice a la hora de todos los silencios
(encantamiento anidado en la cintura del éxtasis).
Fue delirio junto a mi corazón sediento
y martirio en la roja caverna de tu boca ausente.
Fue sublime, frágil,
tan ligero como un niño descalzo.
Tu beso caminaba por mis manos, por mi cuello.
iba por mi espalda como el río por la roca,
feroz, multiplicadora, embrionaria,
abrasadora, desde el lecho materno de la espuma
hasta el cielo iluminado de la nube.
Tu beso se abrió paso entre mis ramas, mi follaje,
por mi corteza oscura de hojas amarillas,
mis raíces apretadas de humus nocturno.
Tu beso, nuestro beso,
ambos lo tramamos como un complot definitivo.
Nunca tanta prisa,
tanto rocío sigiloso en la vigilia,
nunca tan eximio marinero
cuajado de tesoros y de arena.
Navegante nocturno buscando el tibio faro de tu boca,
asiladora, breve, como una chispa herida
fulgurando en medio de la noche.
Allí nos fuimos despojando las corazas,
con la luna, con la noche,
con la furia del Petrohué recién amanecido,
para mirarnos sigilosos, desarmados,
sedientos, lúdicos, eternos y guerreros
sin más armas que el latido apurado de las bocas,
sin más fuerza
que el calor
de los
sentidos.
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